OPINION MEXICO
Los fraudes de la calderónica Chepina
(Parte I)
Por: Julio Pomar
Chepina fue, durante muchos años, un personaje famoso en las cocinas mexicanas, allá a mediados del Siglo XX. Se trataba de una cocinera que en libros o periódicos daba recetas de guisos y platillos para las madres de familia de entonces. Era todo un personaje reverenciado por las amas de casa y, de soslayo, por los miembros de la familia quienes degustaban los platillos elaborados con las recetas de Chepina. No se sabe a ciencia cierta si el personaje gastronómico real existió, pero el sobrenombre es diminutivo de Josefina.
Para el 2006 y desde el 2000 apareció en la vida pública de México otra Chepina, también cocinera pero de otra clase de guisos, más prosaicos. No se dedica a halagar paladares, sino a cocinar marrullerías electorales y, como se verá, al gusto y al sabor de Felipe Calderón, el candidato de la derecha panista. Se apellida Vázquez Mota y primero fue diputada del PAN. En el 2000 fue invitada por Vicente Fox a formar parte de su gabinete, como secretaria de Desarrollo Social. Cuando Felipe Calderón resultó candidato del PAN a la presidencia de la República, fue incorporada como jefa de su campaña electoral.
Sin embargo, resultó que quien llevaba las riendas logísticas de la campaña calderonista no era Vázquez Mota, sino el joven José Camilo Mouriño, hijo de un especulador español que en su tierra ya había hecho fortuna y que vino a México hace unos cuantos años “a hazer lash Américash”, a enriquecerse todavía más, como vulgar “gachupín”, acaso valido de las influencias que su hijo habría amarrado (ha habido en México dos tipos de españoles: los refugiados liberales o socialistas de la Guerra de España, sabios muchos de ellos, que trajeron cultura, civilización y arte al país, y los “gachupines” que venían y vienen, sin filiación política y casi siempre sin cultura, sólo a llenar la alforja). Vino papá Mouriño a engordar la faltriquera como lo hacían los españoles durante la colonia, a costa de la expoliación de los indios y las indias, fuera como comerciantes, chupatintas, mineros o simplemente como encomenderos (esclavistas). Hijo de un “indiano”, pues, niño Mouriño fue el encargado de la logística calderonista.
A muchos observadores les parecía que allí había una dicotomía o un pleito, un jaloneo por ese poder. Pero no era así. Los territorios estaban bien delimitados, como en el Chicago de Al Capone. Bebé Mouriño se encargaba, efectivamente, de los programas, giras, desplazamientos y aprovisionamientos del candidato y su séquito, en tanto que Chepina se dedicaba a “amarrar” contactos con políticos de todos los partidos, incluidos los del PAN, y más que nada, a afianzar las redes de grupos sociales que había ido enlazando a través del programa asistencial llamado “Oportunidades” el cual había sustituido al muy famoso Programa Solidaridad (también llamado Pronasol, como un detergente) de Carlos Salinas de Gortari en la presidencia de éste.
Este programa se ha dedicado -teóricamente- desde que nació bajo el nombre de Pronasol, a ayudar mediante pequeñas cantidades de dinero o pequeñas obras públicas y gestiones leguleyas, a grupos y personas pobres del campo o la ciudad (¿populismo?, no, que va). Ha sido Oportunidades, igual que Pronasol, uno de tantos programas asistencialistas que en toda la región latinoamericana han mostrado sus insuficiencias y han fracasado en sus propósitos, por más que sus panegiristas se llenen la boca de unos éxitos inexistentes en la lucha contra la pobreza. Los sociólogos latinoamericanos serios han calificado a estos programas, sin más, como “miserabilistas” o “limosneristas”, pues han lucrado políticamente con la miseria de los “jodidos”; siendo simples “aspirinas contra el comunismo”.
Pues bien. Doña Chepina armó un gran tinglado de presuntos beneficiarios del programa Oportunidades. Mismo que la llevó a ser invitada por Felipe Calderón a ocupar la coordinación de su campaña electoral. Levantó un padrón de beneficiarios, con datos completísimos: nombre, domicilio, ocupación (o desocupación), vecindaje, colonia o barrio, amigos y relaciones personales, nivel de instrucción o estudios, antecedentes penales o no, organismos sociales a los que pertenecían, y sobre todo, partidos e intenciones de voto. De pronto se hizo de un mapa de muchos de los míseros o indigentes de México, de poblado en poblado: un mapa de la miseria con nombres, apellidos, domicilios y, reiteremos, inclinaciones políticas y de voto.
No se sabe si con este padrón abarcó a las aproximadas 95 mil poblaciones rurales y urbanas que tiene México, pero algo voluminoso ha de haber levantado, utilizando las cifras y censos elaborados antes desde Pronasol y, aún antes, desde el PIDER (Programa de Inversiones para el Desarrollo Rural) del echeverrismo (1970-76), que fue desaparecido por el salinismo (1988-94) para darle dimensión también urbana a través del referido Pronasol. Si no hubiera tenido el Oportunidades de Chepina este carácter y amplitud social, ¿para qué fue incorporada como coordinadora de la campaña de Felipillo? Es más, ¿hubiera podido ser considerada para esa función coordinadora de campaña electoral si no hubiera regenteado tal programa, Oportunidades? Para doña Chepina fue la llave de oro para su avance en la proyección política personal, pero... (Continuará)
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